Reseña de Estereotipos en negro. Representaciones y autorrepresentaciones visuales de afroporteños en el siglo XIX, por Lea Geler

Prólogo (Marta Penhos) e Introducción del libro en: https://www.academia.edu/37997742/Estereotipos_en_negro._Representaciones_y_autorrepresentaciones_visuales_de_afroporte%C3%B1os_en_el_siglo_XIX

La reseña fue escrita por Lea Geler para Caiana Revista de Historia del Arte y Cultura Visual del Centro Argentino de Investigadores de Arte (CAIA), n° 9, 2016.

http://caiana.caia.org.ar/template/caiana.php?pag=books/book.php&obj=244&vol=9

Estereotipos en negroRepresentaciones y autorrepresentaciones visuales de afroporteños en el siglo XIX (Rosario: Prohistoria, 2016, 357 páginas) de la historiadora del arte María de Lourdes Ghidoli es un libro que debería volverse de lectura obligada ya sea en el ámbito de los estudios afroargentinos, de los estudios sobre cultura visual en relación con las categorías raciales, de la historia del arte o de la historia argentina a secas. En este trabajo se distinguen claramente tres niveles de análisis. El de la imagen, que ilumina. El de la historia de la imagen, que explica y permite extender la mirada. Y el de la historia del análisis de esa imagen, que abre las puertas a un mundo más amplio de significados en el que la academia estuvo y está implicada siendo que, muchas veces, jugó un rol fundamental en la creación y recreación de tipos y estereotipos, como se demuestra en el libro.

Estereotipos en negro, advierten la autora y Marta Penhos en el prólogo, es la culminación de una investigación doctoral de varios años. Aunque este estudio se puede enmarcar en el proceso de consolidación de un campo de estudios afro en el país con la llegada del siglo XXI, lo singular es que se centra en una temática hasta ahora por demasía infrecuente en las investigaciones sobre cultura visual: los afroargentinos. Sobre esto gira su libro, un trabajo que puede y debe cambiar la forma de entender la visualidad racializada en Argentina a quienes retomen el tema en la actualidad. Su hipótesis principal es que las imágenes sobre afroporteños, siempre estereotipadas, no hicieron más que reforzar y co-construir la invisibilidad de esta población, que comienza lentamente a revertirse.

El trabajo está dividido en dos secciones: la primera dedicada al análisis de las representaciones visuales sobre afroporteños en el siglo XIX, la segunda analiza sus autorrepresentaciones en el período bajo estudio. Esto nos permite comparar, poner en diálogo las visiones que se construían sobre esta comunidad –en general por parte de los grupos dominantes– con las que los propios afroporteños –o tal vez sus intelectuales– querían dejar sobre sí mismos. Nos posiciona además frente a los propios afroporteños de manera distinta. No vemos víctimas de situaciones que los excedían, sino personas talentosas que surcando mares de dificultades y diferencias casi insalvables de poder –ya sea económico o de ser escuchados en la esfera pública– podían de distintas maneras hacerse ver, labrarse una historia y una memoria que discutiera las razones de los unitarios, por ejemplo, para denostar a los seguidores de Rosas, o a los liberales que condujeron el país después. En este sentido, el análisis que hace Ghidoli de las imágenes de los bufones de Rosas nos lleva a emprender un viaje por el arte occidental que indica cabalmente cómo se van produciendo, reproduciendo y recirculando los encasillamientos visuales que derivarán en estereotipos tan sólidos que hoy día se mantienen en vigencia, y que estudios como este ayudan a desanudar. Para ello la autora usa la genealogía como arma, encontrando los sentidos arrastrados y yuxtapuestos, muchas veces contradictorios, característica propia de los estereotipos. Pero no es sólo que rastrea y encuentra datos sobre estos personajes, los bufones, que hasta ahora se ignoraban –quiénes eran, sus nombres, de dónde surgen las imágenes, cómo se reciclan, cómo cambian sus lecturas a través del tiempo, etc.– sino que la lectura permite entender las imágenes en un contexto más amplio en el cual la carga racial es sólo un componente de una estructura ideológica-política que señala cómo se construyó lo afrodescendiente como alteridad a través del tiempo. De manera similar, Ghidoli retoma el análisis del grotesco desde la época clásica pasando por el medioevo, el Renacimiento, el Siglo de las Luces, la modernidad, fundamental para terminar de entender qué imágenes se utilizaron para representar a lo afro en el pasado y en el presente, y por qué. No menos axial es el énfasis de las eras rosista y postrosista en la representación de lo afro como “invasión” y como “multitud”, cuestiones que abonan procesos históricos posteriores e informan cómo se construye hoy la dicotomía todavía activa de civilización y barbarie, cruzada por la formación de las clases sociales en el país.

Igualmente importante es cómo el análisis nos permite ver más allá de la “bondadosa esclavitud” y de la vida tranquila de la Gran Aldea a través de las mismas imágenes que usualmente se utilizan para enfatizar esos mitos. Ghidoli nos muestra el mundo de las tensiones raciales, de las jerarquías en disputa, de los espacios permitidos y de aquellos vedados a los afrodescendientes, particularmente rico en el análisis del Patio porteño de Prilidiano Pueyrredón. Los afroporteños persisten encasillados en roles de servidumbre, en papeles secundarios, sus presencias en los cuadros permiten trazar el estatus de los blancos que aparecen, ellos sí, protagonizando las imágenes, abonando a lo que después se conformará como el mito de una esclavitud que “se murió de vejez” y de la que nadie podía ni debía quejarse. Asimismo, en uno de los pasajes más vívidos del libro, se ponen en movimiento imágenes cristalizadas en nuestra memoria de un pasado lejano, de manual escolar: las tertulias porteñas y el minuet de Pellegrini. En ellas, la investigadora pone el foco en alguien que hasta ahora nadie había tenido en cuenta: la mujer afrodescendiente. Ghidoli observó cómo cambia su ropa de cuadro en cuadro, cómo deja el mate y sonríe desde la silla cuando se ubica junto al grupo, en una progresión cinética sorprendente. Allí abre el juego a las preguntas y a las conjeturas, algo que repetirá a lo largo de todo el escrito. Efectivamente, éstas son la guía de lectura del libro; a través de ellas seguimos el pensamiento de la autora, sus dudas. Muchas de esas preguntas quedarán sin respuestas, pero Ghidoli también deja leer posibles soluciones a enigmas hasta ahora no planteados, lo cual permite acordar o disentir. Por eso, es un libro que definitivamente abre una conversación, un diálogo y posibilita la relectura de lo que ya está hecho o planteado.

Imprescindible es la sección de autorrepresentación, donde se incluyen análisis de las publicaciones biográficas afroporteñas –autobiografías y retratos–, una forma de creación de memoria centrada en la posteridad, rescatando del pasado pero pensando en el futuro, y en la lucha que esta comunidad estaba llevando adelante por no quedar olvidada de la historia. Aquí también se incluyen las investigaciones de las vidas de los artistas plásticos afroargentinos, tan absolutamente desconocidos por todos y a los que Ghidoli nos acerca.

El gran remate del libro es un anexo: la investigación sobre el retrato de Monteagudo, el retrato falso y el “nuevo” viejo retrato. Una situación que marca cómo se fue creando la visibilidad blanca y la visibilidad no-blanca en el país, encasillando a unos y a otros en distintos roles y espacios sociales, que es justamente una de las hipótesis principales del libro y que, muestra la autora, abonó a la invisibilidad afro actual de manera sumamente efectiva.

En el contrapunto constante entre el pasado y el presente, el texto no olvida remitir a la materialidad de las fuentes, a las consecuencias del paso del tiempo, de los afectos, de las ideologías, de los odios. El retrato intervenido de Mendizábal, las hojas arrancadas del libro de Ford, el retrato de Monteagudo escondido en un placard; irrupciones variadas en lo que debería ser la vida natural de las cosas que cuentan historias y que nos llevan del siglo XIX al presente.

Mención especial merece el capítulo dedicado a Rosa –estereotipo, tipo y retrato–, la “típica” vendedora ambulante de las calles porteñas de antaño en sus múltiples transfiguraciones que continúan hasta hoy, cuando nos recibe con otro nombre en la puerta de una casa de empanadas o nos vende harina leudante, ya con el nombre perdido. En definitiva, es un libro que no habla sobre los afrodescendientes solamente, sino que habla de todos nosotros. Y por eso es tan relevante.


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